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EL CIELO PROTECTOR 

Carlos Montes de Oca. Curador

 

Redondo sin inicio y sin fin yo soy el punto antes del cero y del punto final. Del cero al infinito voy caminando sin parar. Pero al mismo tiempo todo es tan fugaz. Yo siempre fui e inmediatamente ya no era...  Un soplo de vida, Clarice Lispector.

 

La mirada nos acerca a la realidad y nos permite el contacto con las cosas, pero mirar hacia arriba es quizás lo más difícil de realizar en estos días, cuando hay una desaparicion de la estética de la contemplación en beneficio de una cultura centrada en la inmediatez y la simultaneidad. Despegar e iniciar el vuelo es el origen de las fotografías que realiza Felipe Lavín, al invitarnos a ser parte de este nuevo paisaje que rodea nuestro cotidiano. Luego, por este acceso, irán apareciendo geometrías, agrupadas en una colección de fragmentos, que conjugando espacios comunes y lugares distantes, no han sido desvinculados del todo a sus referentes.

 

¿De qué manera habitamos la ciudad? ¿Cómo podemos detenernos en medio del ruido vertiginoso de imágenes? Las alturas  y la abstracción son el motor de esta mirada y con ello la idea de fugarse a través de esta escenografía nómade, conformada por estructuras gigantescas, que la arquitectura ha instalado en ciudades como New York, Montreal o Santiago de Chile.

 

El frío horizonte de estos grandes conglomerados de cristal nos regresan a la soledad del hombre y nos hace reflexionar en esta encascarada naturaleza que avanza y nos envuelve. No olvidemos que en toda fotografía siempre ronda la muerte, o transmuta todo instante presente en pasado como señala Susan Sontag, pero aquí son estos reflejos los que se constituyen en una fuerte presencia: el flaneur o paseante solitario que explora y asecha el eco de las cosas. Recorrido en medio de una temporalidad acelerada, de una  concatenación de instantes que van marcando la inestabilidad del paisaje, donde estructuras sólidas que parecen cerradas se abren en un espejismo silencioso, reflejando una especie de respiración urbana o bien rebotando en esa ola de recuerdos que Calvino describe en sus invisibles proyecciones.

 

Pero si hay una elección de acontecimientos también hay una espera, así logramos reconocernos formando parte de esta nueva demarcación rodeada de presencia, ausencia, lugares, no-lugares, realidad e ilusión. Huidobro con su Altazor inicia el vuelo en paracaídas, que en definitiva será un sumergirse en la materialidad del lenguaje, ahora en esta profundidad aérea coincidimos en otro viaje, hacia algo que nos hace callar, nos asombra y ocupa todo el espacio, esta cúpula celeste que nos devuelve a los comienzos: el cielo intenso que nos protege según Paul Bowles.

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